“Para 1810 en Buenos Aires había algo más de 31.000 habitantes que conformaban diversos tipos de familia.
Por la cantidad de sus componentes predominaba la familia tipo, que se componía por el padre, la madre y los hijos. Luego le seguían los grupos en los que faltaba el progenitor o cabeza de familia. A continuación venia la familia tipo a la que se le agregaban parientes, vecinos, entenados y/o esclavos, y finalmente este ultimo grupo familiar que también había perdido al padre. Esta tipología se mantuvo, con algunas variantes, hasta bien entrado el siglo XX.
Por intermedio del matrimonio se legalizaban las procreaciones, al mismo tiempo que se garantizaba la subsistencia material de todo el grupo.
Con el advenimiento de las guerras por la independencia y las civiles las familias sin progenitor tuvieron un crecimiento significativo, por la muerte o la desaparición de muchos hombres. Este hecho dio lugar a una gran dispersión. Algunos grupos se arraigaron a otras familias sólidas y muchos niños fueron entregados para ser criados por gente pudiente. Esto dio lugar a la abundancia de entenados en los sectores no afectados por la dispersión ni por las cuestiones económicas.
A esta circunstancia se agregaba la costumbre hispana de dar encauce cristiano a las relaciones de los esclavos y del personal a las ordenes del jefe de familia. Se los hacia casar cristianamente y se bautizaba a los hijos. En estas ceremonias, en muchas ocasiones, se imponía el apellido del dueño de casa, que era una forma medieval de acrecentar la familia.
Otra costumbre heredera de la hispanidad consistía en que los hijos casados habitaran en la casa de sus padre y se ocuparan de atender los intereses económicos familiares. Por eso se pueden encontrar testimonios literarios donde tres generaciones (abuelo, padre e hijo) son protagonistas y al mismo tiempo testigos de la mayoría de las cosas de la casa, pues todos vivían bajo el mismo techo y comían de la misma fuente productora de ingresos.
Para los días de mayo la familia tipo estaba formada por el padre, madre y entre uno y tres hijos(promedio 2,7), promedio que aumentaba en los barrios de la clase alta(2,9) y bajaba en los suburbios(2,4).
Para esa época, si bien se celebraban casamientos entre jóvenes de edad cercana, también se registraban enlaces entre mujeres muy jóvenes y hombres ya mayores, que casi las duplicaban en edad. La excepción, muy marcada por la sociedad, se producía cuando la mujer superaba en años al marido.
Los amores libres fueron comunes desde todos los tiempos y con ellos los nacimientos ilegítimos, que abundaban en las zonas perimetrales y en las rurales, pero que tampoco faltaban en el centro de la ciudad. La diferencia entre ambas consistía en que en el primer caso se asumía la maternidad en porcentajes mucho mayores que en el segundo. A esta circunstancia hay que agregar el ya citado abandono de bebes.
El promedio de nacimientos ilegítimos registrados entre 1810 y 1869 da para la zona rural un porcentaje del 2,6 por ciento y para la zona urbana del 2,4 por ciento. Lo mas interesante en esta materia es la casi total coincidencia entre los nacimientos ilegítimos y la cantidad de mujeres que se auto declaraban mancebas, o sea, en pareja pero no casadas.
De acuerdo con el Censo de 1810 existía paridad de sexos, ya que si bien los hombres superaban a las mujeres en 550, hay que considerar que a la ciudad siempre concurrían hombres de la campaña circundante o del interior, por lo que la verdadera diferencia debió ser menor. Esa paridad se rompe en los años de las décadas siguientes, en parte por las muertes y en parte por las deserciones. Esta diferencia llego a ser muy marcada en algunas zonas del interior, por lo que las mujeres, en especial las de entre 31 y 50 años, debieron asumir la conducción de la familia, la atención menuda de la majadita o los sembrados y también los negocios familiares.”
Molina Violeta, Coni Luciana. 4° Sociales.
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Mmm re bueno me reee sirvio esto..un 10…=)